LA CURA
Las manos le sangraban, y le dolían; estaba hecho el dolor que sentía de ardor constante, subiéndole por los brazos. Pero había valido la pena tanto esfuerzo.
Los otros, que tanto le habían instado a desistir reiteradas veces, ahora le decían que no saliera, que lo real estaba allí, frente a ellos.
¿Pero es que no sentían curiosidad? ¿Tan cómodo les resultaba pensar tan poco?
Acostumbrado a estar sentado y acostado, las piernas se resistían a mantenerlo de pie. Entonces se arrastró como bicho rastrero hacia la salida, por allí donde venía la claridad y nacían las sombras que tanto lo intrigaban a él y conformaba a los otros. Demoró en llegar, porque las heridas, conforme se acercaba a la salida, más crecían.
Un nuevo dolor lo acometió y se agarró a la tierra:la luz del sol quemó sus ojos. Y así, tendido en la salida, se quedó a esperar sin saber qué, mientras el rumor de lo desconocido lo envolvía con un manto impalpable. Allí el aire ya no era rancio y producía una sensación placentera sentirlo penetrar en su cuerpo.
Y entonces el sueño lo venció.
Cuando despertó el mundo ya no castigaba sus ojos y el rumor había disminuido y todo era quietud y ya no estaba más aquella luz cegadora, había oscurecido. Se dio vuelta y miró hacia arriba, entonces vio un cuerpo oscuro que abarcaba todo observarlo con incontables ojos. Y así, mirando para ese ser extraño e inmóvil, se mantuvo por mucho tiempo, sin moverse, y con miedo. Hasta que el ser fue cerrando los ojos y su piel fue perdiendo la negrura, pero llenándose de formas desconocidas a lo largo y lo ancho de su descomunal cuerpo. Amanecía.
Era un nuevo día llegando, pero él, que nunca lo había visto sino en penumbras, así como la noche y todo lo que había en el mundo, no lo sabía.
Y cuando la luz cegadora nuevamente apareció detrás de unas formas oscuras, sintió que los ojos le dolían menos, pero no tanto como para mantenerlos abiertos. Entonces volvió a oír las cosas susurrar y nuevamente se durmió.
Después de un largo sueño, una voz humana lo despertó; entreabrió los ojos y vio que era un hombre viejo el que le hablaba. Estaba sentado a su lado y le preguntaba quién era.
No sé, contestó.
¿Y de donde vienes?, le preguntó el hombre viejo.
De ahí, contestó, señalando la entrada de la caverna.
¿Y tú, quién eres?, preguntó él.
Yo me llamo Platón, contestó el viejo, y te llevaré a mi casa para curarte.
Él agradeció, pensando en la cura de sus heridas; ya Platón no solo a eso se refería.
LA CURA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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