LAS MONTAÑAS Y LA FE
El guarda llamó a la puerta y el hombre, medio dormido aún, recibió el aviso de que habían llegado. Al levantar la persiana vio aquel paisaje tantas veces visto en postales, soñado y anhelado darle la bienvenida a la tierra de las montañas majestuosas. Apresuró sus movimientos, guardó sus cosas y salió disparado del camarote. Al poner el primer pie en el anden lo asaltó el aire puro del lugar u llenó de regocijo
¡Qué aaaire!, dijo en un largo suspiro. Mientras el carruaje lo llevaba a la posada por una hermosa alameda, no le alcanzaban los ojos para mirar tantas maravillas; las casas tan bien ajardinadas, las plazas bellas y acogedoras, los parques impecables, las avenidas, amplias y armoniosamente arborizadas, y en todo, como telón de fondo, las montañas majestuosas, hermosos gigantes verduscos de picos nevados.
¡Qué maravilla!, exclamó en dado momento, en voz tan alta que llamó la atención del conductor, que, dándose vuelta, le preguntó:
¿Está gustando de nuestras montañas?
¿Qué le parece a usted?, ni se comparan con las postales que las retratan. Ustedes deben ser personas de mucha fe, me imagino, dijo el visitante, comparando las montañas con el paraíso cristiano.
¡Oh, sí!, exclamó con júbilo el hombre y añadió: me supongo que ya ha oído el dicho que dice que la fe mueve montañas.
Sí, sí, muchas veces, respondió el visitante.
Pues figúrese usted, que hace cincuenta años, cuando llegamos para fundar la ciudad, aquí era un llano que se extendía hasta el mar, pero gracias a nuestra fe pudimos traer nuestras queridas montañas de nuestro lugar de origen. Mientras el cochero le decía esto, señalando las montañas, al visitante se le había caído el maxilar inferior.

LAS MONTAÑAS Y LA FE por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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