LA URGENCIA

 La habitación iluminada por la luz de la calle se le antojó una cámara mortuoria y al posar la vista en un astro solitario se sintió igual, frío, distante, quizás muerto. Con un movimiento mecánico retiró la sábana que lo cubría cual mortaja y la dejó deslizar silenciosamente hacia el abismo del parquet; inexpresivamente se sentó en el borde de la cama  y apoyó los pies en el piso, memorioso de hierva fresca. Un frío le recorrió el cuerpo, entonces volvió a sentirse vivo y se apresuró a alcanzar el baño antes que fuera demasiado tarde. 

                                                                         Fin. 

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La urgencia por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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