LA PICCOLINA FUGA DI BACH

  Apenas abrió la puerta lo primero que notó el maestro fue la ausencia de las partituras de las Fugas de Bach, que había dejado sobre el piano cuando se ausentó para ir un momento al baño. En ese mismo instante sintió un golpe de aire fresco en el rostro. 

   ¡La ventana!, dijo, con un grito ahogado. Los postigos de la ventana bailaban al son del viento otoñal. El maestro corrió con la esperanza de ver al ladrón, pero lo único que vio fueron las partituras dándose a la fuga a través de la plaza. 

   ¡Traidoras!, rabió entre dientes. 

   Cerró los postigos con violencia y cuando se encaminaba a la puerta para ir detrás de la fugitivas, vio una de ellas escondida detrás del largo cortinado junto a la ventana, la única que no consiguió huir. 

   Veni quá, piccolina fuga, dijo, sonriendo maquiavélicamente. 

   Hasta muy tarde de la noche, a través del martilleo rabioso de los marfiles del piano, la Pequeña fuga en sol menor, BWV 578, como castigo, oyó su propia voz hasta el hartazgo. 

                                                                        

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LA PICCOLINA FUGA DI BACH por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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