LA MALDICIÓN DEL HADA BUENA

 Faltaban segundos para que se cumplieran los cien años que el hada buena le había otorgado a la bella durmiente, al momento de salvarla de la muerte que le pronosticara el hada ofendida cuando cumpliera quince años, el día que el rey para celebrar su nacimiento dejó, por falta de un miserable plato de oro, de invitarla a la fiesta. 

Andaba un príncipe entre la maleza en busca de la princesa dormida cuando de pronto una gran maraña formada por rosas salvajes empezó a desintegrarse delante de sus narices, dejando aparecer un antiguo castillo. El príncipe abrió de una patada las puertas destartaladas del castillo e ingresó en él. Con la ayuda de su filosa espada se abrió paso por las telarañas que habían invadido cada espacio del interior hasta que llegó a la alcoba de la princesa, justo cuando ésta, una vieja arrugada cual pergamino egipcio, abría los ojos casi muertos. El príncipe se puso pálido como una vela e, impulsado por un terror indescriptible, salió corriendo de la habitación con la velocidad de un rayo, y a medida que se acercaba a la salida, otros vejestorios fantasmales, humanos unos y a animalescos otros e igual de horrendos que la princesa, le salieron al paso mientras él profería alaridos horripilantes que se prolongaron hasta más allá de las colinas que rodeaban el castillo.                                                                            

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LA MALDICIÓN DEL HADA BUENA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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