LA CHICA QUE ENTRÓ EN LA LIBRERÍA
Cuando entró en la librería yo estaba de espalda, ojeando libros de vampiros (me gusta ver qué andan hablando sobre mí, aunque siempre es la misma cosa, que el sol, que el ajo, que la cruz, que el espejo). Hablaba alto (buscaba libros de aventura y el viejo que atendía le indicó el pasillo correspondiente). Su perfume, por cierto muy sugestivo, me indicó que se acercaba, de inmediato cerré los párpados para sentirlo (y sentirla a ella) con más profundidad, pero también para no verme tentado a mirarla. Me sobra experiencia como para saber que noventa por ciento de las veces que detrás de un perfume delicioso su portadora no está a la altura de las espectativas que el aroma propone (como ocurre con las voces de las locutoras de radio). Pero a veces uno se engaña, y eso me lo demostró un espejo, caprichosamente colocado en un punto de la librería donde la pude ver de perfil. Por más que luché conmigo mismo mis pies me desobedecieron y me acerqué a su lado. Ella se volteó, y me mareó, me descompaginó las ideas, pero no fue solo su perfume sino toda ella. Me echó una mirada ligera y dijo sonriendo, o mejor dicho iluminando el universo, refiriéndose a los libros:
A usted también le gustan los de aventura.
Sí, mucho, le dije y acoté, porque yo soy la aventura.
¿No entendí bien?, dijo, con un gesto irónico. Entonces, sin esperanza de que me creyera le hice un breve resumen de mi larga vida, desde Transilvania hasta ese exacto momento.
Esa noche la llevé a sobrevolar la ciudad y en la terraza del Sheraton me le declaré, y ella me ofreció su cuello.

LA CHICA QUE ENTRÓ EN LA LIBRERÍA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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