LA BILLETERA

 Caminaba sin apuro, a pesar de estar regresando del trabajo. De vez en cuando me paraba delante de alguna vidriera, las vidrieras tienen eso de atraer miradas quiera uno comprar o simplemente contemplar lo que no ha de comprar; otras veces me detenía a mirar algún jardín, ordenado y bien florido, o algún vehículo de lujo, de esos que uno conduce en sueños mientras está despierto. Y fue con una Ferrari, de las rojas, pasando en sentido contrario que volví la mirada y vi que un individuo corría hacia mí y tenía cara, que a mí, no sé por qué, me pareció que debía ser la de un ladrón. A decir verdad, más que la cara fue la ropa que usaba: Campera, jogging, zapatilla y gorrita, todo deportivo de diferentes marcas y como si antes hubieran pertenecido a un finado dos o tres talles más grande. Venía trotando y aunque estaba a media cuadra de distancia vi que sólo a mí miraba. Siempre fui de sacarme las dudas, cualquiera que fuere, en el acto, para no andar por la vida con conceptos equivocados. Pero esta vez preferí lo contrario, por eso empecé a correr yo también. A cada dos o tres pasadas me daba vuelta, pero a cada vez lo tenía más cerca, entonces aceleraba un poco más. Tal vez por ser más joven que yo, por más que me esforzaba, me estaba dando alcance metro tras metro. Al final, antes de la segunda cuadra me alcanzó. 

   "Señor, señor", me dijo. 

   "Te jodiste, Francisco", pensé. Me di vuelta dispuesto a darle todo lo que me exigiera, al final de cuentas las cosas van y vienen, pero vida hay una sola. 

   "¿Qué pasa?", dije, tratando de parecer sereno. 

   "¿Esto es suyo?", me preguntó, mostrándome algo en la mano. Cuando miré vi que se trataba de una billetera. Llevé instintivamente una mano al bolsillo lateral de la mochila y comprobé, para mi sorpresa, que se trataba de mi billetera. 

    "A unas tres cuadras de acá se le cayó", me dijo, todavía jadeando. 

   "Muchas gracias", respondí, "y yo que pensaba que eras un ladrón. Por eso salí corriendo", acoté disculpándome mientras la abría para darle unos pesos por el buen gesto, pero en ese momento sacó un revólver de la cintura y apuntándome me dijo: 

   "Ahora sí, quieto ahí, es un asalto. ¡Pasáme la billetera!, ¡dale, dale!" Yo no entendí más nada. 

   "Pero, ¿qué pasa, pibe?, no entiendo", dije, medio aturdido por lo absurdo de la situación. Él me manoteó la billetera y me explicó la lógica que yo no conseguía comprender. 

   "Lo que pasa viejo, es que yo soy un ladrón de ley y me gusta ganarme los mangos con el sudor de mi frente", me dijo, guiñándome un ojo y en seguida salió corriendo, esfumándose en la noche que recién empezaba. 

                                                                           

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La billetera por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata

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