EL QUE RÍE POR ÚLTIMO
Con los anteojos oscuros bien podría estar durmiendo, estar de ojos cerrados o quizás apenas observando. Por lo quieto que estaba, ella pensó que dormía, pero por la dudas le dijo hola con una mano; él continuó quieto. "Perfecto, duerme", se dijo, y en puntas de pie se aproximó al borde de la piscina, justo al lado de él; la idea era tirarse al agua estilo "bombita". Gozaba de antemano el susto que le daría con el estruendo de la zambullida y la salpicadura de agua. Nunca fallaba; él se enfadaría, como siempre, quizás hasta el día siguiente, entonces ella reiría hasta que se fueran a la cama; de esa manera se vengaría de haberla hecho ilusionarse con un día en la playa para, a último momento, venir con que "para qué ir a la playa si acá tenemos una hermosa piscina". Sí, tenían una hermosa piscina, desde la cual podían ver por encima de los altos muros los edificios que cercaban la casa por los cuatro costados, es decir, una reverenda mierda. "Pero hoy me las paga", volvió decirse, antes del salto. Pero a veces la venganza suele ser una pésima consejera y las risas hasta la hora de dormir puede que queden en nada. Y tal cual garantizara el dueño de la tienda de artículos importados, el simulador de superficies chino, que el marido instaló, mientras ella se encontraba en el trabajo, funcionó a la perfección, y el fin de semana siguiente él lo pasó en la playa... con la amante.

EL QUE RÍE POR ÚLTIMO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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