EL PROFETA

 Como todas las mañanas, el hombre que se hacía llamar el profeta del apocalipsis a las 8 de la mañana llegó a la esquina de Greenwich Street con Fulton Street, con La Biblia en una mano y un cajoncito de madera en la otra. Subió en él, abrió La Biblia en el apocalipsis y empezó a anunciar el fin del mundo. La gente, como siempre, ni le prestaba atención, lo que es plausible en una megalópolis como Nueva York; pero eso lo tenía sin cuidado, al final, La Palabra es para quien esté dispuesto a escucharla, se decía siempre. 

   Pasados cuarenta y cinco minutos el profeta vociferó:

   "Pero llegará la hora en que se acordarán de mis palabras, porque hablo con la verdad del Señor", y tras sus palabras se escuchó un trueno. Él y todos los que pasaban por allí levantaron la vista al cielo. Algo había explotado en los últimos pisos de un rascacielos y el humo y el fuego ya subían al cielo vertiginosamente

   "Ya ha empezado", gritó con más fuerza el profeta y algunos, por primera vez, por un instante le prestaron atención. En seguida la gente empezó a correr y el caos se instaló a su alrededor. Pero el profeta siguió anunciando el fin del mundo, ya no recitando los versículos del apocalipsis, sino con frases de su invención, unas más nefastas que otras, siempre instando a los hombres al arrepentimiento inmediato. 

    "Arrepiéntanse ahora mismo, pecadores. El fin está cerca, pero aún hay tiempo", seguía gritando a viva voz. La policía y los bomberos pronto llegaron al lugar para atender el siniestro y para poner un poco de orden al pandemonium desatado, y en el medio del histérico griterío el profeta hacía oír su voz más alto que lo gritos y las sirenas: 

   "Arrepiéntanse, pecadores". Pasados dieciocho minutos un segundo avión impactó en el rascacielos contiguo al primero. Esta vez la gente que rodeaba al profeta se lo hizo saber justo antes del impacto. Él, al ver aquello, enmudeció, dejó caer La Biblia de sus manos y se juntó a la avalancha humana que se alejaba del lugar. Cerca del medio día vio por la televisión, en un bar cerca de su casa en el Bronx, que se había equivocado como de ahí a la China con sus nefastos vaticinios 

   11 de septiembre de 2001

                                                                                 

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EL PROFETA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

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