EL OJO
Como muchas veces ocurría, Ignacio no estaba en el departamento. Juliana vuelve sobre sus pasos por el pasillo en penumbras; de pronto cree oír otros pasos, se detiene, pero al darse vuelta ve que está sola y que los pasos han desaparecido. Reanudando su andar, los pasos vuelven a oírse, con lo que se detiene otra vez y de nuevo, el silencio. Tal vez sea alguien dentro de los apartamentos, presume. Pero, inexplicablemente, una inquietud repentina la induce a espiar por el ojo de la cerradura de la puerta que tiene enfrente. Mira hacia ambos lados del pasillo, nadie a la vista; se agacha y espía: un ojo, del otro lado, la observa. Juliana emite un grito que consigue ahogar a tiempo, llevándose las manos a la boca, y sale corriendo, temiendo que el dueño del ojo se asome y la reconozca, ya que son frecuentes sus visitas a Ignacio. Al llegar al final del pasillo, unos pocos metros adelante, casi atropella a una señora que acaba de salir del ascensor. La señora rezonga algo incomprensible y sigue su camino. Juliana, mientras la puerta del ascensor sor se cierra, ve a la señora detenerse en la puerta por la que acaba de ver un ojo. La puerta del ascensor por fin se cierra y Juliana no ve cuando la señora abre la puerta con cuidado para no derribar el espejo que ha puesto frente a la puerta para asustar al hijo de los Fernández, que siempre anda espiando a los vecinos por los ojos de las cerraduras.

EL OJO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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