EL CAMINO OPUESTO
Ni él puede contestarse por qué eligió la mortificación corporal para llegar a Dios. Pero vayamos por parte.
Había empezado por lo básico: pasar hambre. Con devoción adoptó por únicos alimentos el pan y el agua; no obstante, día a día, fue achicando la medida diaria, llegando a lo mínimo de lo mínimo necesario para mantenerse con vida.
La fase siguiente fue la de la mortificación corporal. Esta nueva etapa le resultó más práctica que pasar hambre; además de proporcionarle un placer que el desconocía que pudiera llegar a sentir. Con ello abandonó la frugalidad extrema y volvió a alimentarse normalmente.
Ahora el camino para llegar a Dios tomaba un nuevo rumbo.
Un día sus pasos lo llevaron a conocer a algunos hermanos del Opus Dei y sus infaltables cilicios. Con el tiempo y a través de ellos llevó sus autopuniciones a límites extremos que lo hicieron internarse en regiones de placer absoluto donde pocos tienen el privilegio de ingresar.
Sin embargo, está consciente de que el camino que lleva a Dios se acorta día a día, de manera que lo abruman las dudas: ¿qué hará después que el camino, llegada su última hora, termine y ya no tenga que sufrir más? Y de las dudas no demora a tener tres certezas absolutas. Que lo mejor del camino es el transitarlo, que de ninguna manera, después del final, tendrá paz y que el camino que ha elegido para llegar a Dios, la verdad, conduce al lado opuesto.

EL CAMINO OPUESTO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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