EL BARQUERO

 Mi incursión en el crimen fue fugaz y desastrosa, porque empezó y terminó con un único asesinato, donde maté al objetivo equivocado. Nunca lo pude olvidar al pobre infeliz porque en el antebrazo derecho tenía tatuado una rosa roja y debajo, el nombre Laura. Desde ese día le rehuí a las rosas rojas y a todas las Lauras con la que me crucé en mi corta vida. El día de mi muerte una entidad oscura me condujo por un pasadizo que se hundía en las profundidades de la tierra; de pronto delante nuestro se abrió una gran caverna poco iluminada por donde un río sulfuroso la cortaba por el medio. Bien delante nuestro había un muelle, donde me esperaba el barquero de espalda parado sobre la canoa. 

   Él te llevará a tu último destino, me dijo la entidad oscura. Subí, obediente y sumiso, porque sabía que mi comportamiento en vida no me habilitaba a formular ninguna objeción. A medida que el barquero se adentraba más en las profundidades la cavidad por donde corría el río iba tornándose más iluminada de una luz trémula y rojiza; ya podía distinguir las paredes rocosas, la espalda sudorosa del barquero y la rosa roja con el nombre Laura en el antebrazo derecho. Lo supe al instante, él no se equivocaría de dirección. 

                                                                           

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El Barquero por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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