DOS VIEJOS AMIGOS

  Haroldo, el ambiguo, estaba apoyado en el marco de la puerta de calle, de brazos y piernas cruzados. Tenía el rostro ceñudo de un niño al que no le gustó el regalo que le dieron, pero no era por ningún malestar reciente ni antiguo, era porque no tenía otra cara cuando no estaba hablando o sonriendo. Pero de pronto su semblante se iluminó con una sonrisa. Por la vereda de enfrente vio pasando a Henrique Gramatical, un viejo amigo suyo que no veí­a desde hacía mucho tiempo. 

   "¡Henrique, Henrique!", lo llamó, agitando una mano. Henrique miró al sujeto que agitando una mano lo llamaba por su nombre del otro lado de la calle. Su rostro le pareció conocido y demoró un breve momento hasta que lo reconoció. Haroldo estaba más gordo, tal vez por eso no lo había reconocido al instante, concluyó Henrique, mientras se apresuraba a cruzar la calle. Los amigos se dieron un fuerte abrazo y luego comenzaron a conversar.

   "Henrique, mi amigo de tanto tiempo", dijo Haroldo, lleno de alegría.

   "Haroldo, mi entrañable amigo", respondió Henrique, también feliz por rever a su antiguo amigo, y exclamó:

   "¡Qué iba a imaginar yo que te encontraría justo aquí".

   "Estoy aquí solo hace diez años", dijo Haroldo.

   "No entendí bien,¿estás solo hace diez años aquí o hace diez años solamente que vives aquí?, preguntó Herique. 

   "Hace solo diez años que vivo aquí con mi esposa", aclaró Haroldo. 

   "Ah, pero qué bien. Y ¿cómo va tu hermana?", quiso saber Henrique. 

   "Está bien. Casada", dijo Haroldo.

   "Espera un poco, ¿se siente bien al estar casada o se casó con alguien de buena posición?", preguntó Henrique. 

   "¡Ah, ojalá! no, no, ella está bien y se casó", dijo Haroldo. 

   "¿Y en dónde vive?", se interesó Henrique. 

   "Aquí cerca, pero hace mucho que no nos vemos, no se lleva bien con mi esposa porque es muy chismosa", le dijo Haroldo, bajando la voz. 

   "¿Quién es muy chismosa, tu esposa o tu hermana?", preguntó Henrique. 

   "Mi hermana, mi hermana. Mi esposa tiene el corazón grande", dijo Haroldo. 

   "¡Qué desgracia! Recuerdas a mi tía Matilde. Bueno, ella tenía el mismo problema, que Dios la tenga", le dijo Henrique, con tristeza en la mirada. 

   "No, no. Lo que quise decir es que es de buen corazón y no le gusta la gente chismosa", volvió a aclarar Haroldo. 

   "Ah sí­, ahora ya entendí­. Yo estoy viviendo cerca de la estación", le dijo Henrique. 

   "¡Qué bueno! Entonces vivíamos cerca sin saberlo", respondió Haroldo, contento con la novedad.

   "Sí­, aunque a decir verdad aún lo estamos, viviendo cerca, digo. ¿Y siempre eres hincha de Boca?", preguntó Henrique. 

   "Sííí, hasta la muerte. Esta semana goleó a River en su cancha", dijo Haroldo, con la sonrisa de oreja a oreja. 

   "Claro, claro, con la muerte acaba todo. Pero dime, ¿en cuál cancha?, ¿en la de Boca o en la de River?", quiso saber Henrique. 

   "En la de River", le aclaró Haroldo, volviendo a sonreír.

   "Ah. Y todavía trabajas en el puerto?", le preguntó Henrique. 

   "Sí­, pero ahora estoy de vacaciones. Bueno, medias vacaciones. Le vendí 15 días a la empresa. Por eso creo que voy a ir a la playa solo unos dí­as, le dijo Haroldo. 

   "¿Tu esposa no irá contigo?", se sorprendió Henrique.

   "Pero sí­, vamos a pasar apenas unos días con mi esposa", aclaró Haroldo. 

   "Ah, ok. Y de tu tía Juana, ¿qué sabes?", preguntó Henrique. 

   "Está mal, la perra de la tía Juana tiene una enfermedad rara", le dijo Haroldo, con una mueca. 

   "¿Cómo se llama la enfermedad de tu tí­a?", se interesó Henrique.

   "No, no. La perra de la tía Juana es su mascota, no ella. Pero no recuerdo como se llama, ya tuvo tantas", se lamentó Henrique. 

   "Sí, sé como es, yo tengo un primo que tiene tantos gatos que ya ni sabe como se llaman, pero ¿y el nombre de la enfermedad, tampoco te acuerdas? Porque yo tengo otro primo que es muy buen veterinario", le aclaró Henrique. 

   "Tampoco me acuerdo", le dijo Haroldo. De repente Haroldo escuchó a su esposa llamarlo:

   "Haroldo, el pollo está listo para comer". 

   "Es mi esposa. Debo entrar", se disculpó Haroldo.

   "Está bien. Pero dime algo, ¿ese pollo, está listo para él comer o está listo para que se lo coman a él?", quiso saber Henrique.

  "No, está listo el almuerzo, pollo al horno con papas", aclaró Henrique. 

   "Mmm, qué sabroso. Está bien mi amigo, debo continuar viaje", dijo Henrique. 

   "¿No quieres almorzar con nosotros?", lo invitó Haroldo.

   "No es que no quiera, pero tengo cierta urgencia", se disculpó Henrique. 

   "Bueno Henrique, fue un gusto volverte a ver, pero no me diste tu dirección exacta", le dijo Haroldo. 

   "Sí, ya la medí varias veces­, son ciento cincuenta metros por esta misma calle y cuatrocientos a la derecha. Al lado de la biblioteca del barrio. Bueno, nos vemos entonces", se despidió Henrique. 

   "Claro Henrique, y cuando quieras, sabes donde vivo", le dijo Haroldo. 

   Mientras Henrique seguía viaje fue pensando en la última frase de Haroldo; porque no necesitaba querer saber donde vivía su amigo, puesto que acababa de verlo en su propio domicilio. 

                                                                           

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Dos Viejos Amigos por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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