EL ESPELEÓLOGO SACADO

Ya de lejos a la chica se le notaban las divinas ancas, a pesar de venir de frente, y esto a él no le pasó desapercibido. Como buen espeleólogo que se consideraba, se dijo que bien valía la pena admirar de cerca aquella maravilla que ya se insinuaba exuberante desde lejos. De manera que se demoró fingiendo que miraba una vidriera y cuando la chica pasó por él, no aguantando comunicarle la emoción que sentía, le lanzó un poético piropo elogiando sus glúteos que protegían la entrada a la gruta, quizás nunca antes profanada. La chica giró la cabeza y lo fulminó con una mirada de fuego y en seguida le dedicó una regia puteada al estilo porteño. 

   Perdón, encanto, no pude resistirme, se disculpó él, señalando con las palmas de las manos hacia arriba el objeto de su tan inspirada lisonja, y aclaró: lo que pasa es que soy espeleólogo. 

   Y a mí qué me importa, estúpido, mi novio es escalador y no por eso lo dejo que me monte por ahí, retrucó la chica, todavía despidiendo chorros de lava por los ojos. 

                                                                      Fin. 

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EL ESPELEÓLOGO SACADO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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