AGUDIZAR LOS SENTIDOS

"Ante cada situación hay que agudizar los sentidos", decía siempre el profesor de filosofía. ¿Sería el caso de esta situación?, el profesor diría que sí, que ésta también. 


   Ella era muy hermosa; íbamos sentados frente a frente en el tren, y se había apoderado de mis ojos. Yo quería mirar hacia el corredor pero no lo conseguía y seguro que por no poder hacer lo mismo por la ventanilla quizás ya me hubiera pasado de la estación donde debía bajar. 


    "Hay que agudizar los sentidos", continuaba repitiendo el profesor desde algún lugar de mi mente. Por suerte la mujer no prestaba atención a mi insistente observación, pero por desgracia me ignoraba redondamente, con lo que no sabía qué era mejor y qué peor. De manera que, ya que no podía hacer otra cosa que mirarla, pasé a agudizar los sentidos, o el sentido tendría que aclarar, la vista, porque ella no hablaba, no se movía, casi diría que ni respiraba, solo miraba por la ventanilla y en un mismo punto, nada de lo que veía le hacía desviar la vista. Así que de tanto mirarla fijamente en un momento la vi sin la chaqueta, y un poco más, sin la blusa, y sin el pantalón, y sin la ropa interior. El profesor de filosofía tenía razón en decir lo que decía; ahora podía verla al natural y su belleza se multiplicó por diez. ¿Qué haré de hoy en más para tener paz en el corazón en lugar de la certeza de una desilusión?, me pregunté y como no encontré ninguna respuesta positiva, seguí agudizando. Descubrí que su bronceado era artificial, que su pelo no era rubio sino castaño oscuro, que se había operado de apendicitis y que tenía, hasta donde podía ver, treinta y nueve lunares, que una uña del pie derecho no estaba cortada con el mismo cuidado de las otras nueve, que en las pestañas del ojo derecho tenía dos pequeñas cascaritas de lagaña y que no se había rasurado el pubis. Y no pudiendo reprimir mi obsesivo observar, seguí agudizando. Tenía todos los huesos sanos, los pulmones sin una manchita y su grupo sanguíneo era AB-, un gran descubrimiento porque es el grupo más escaso. Y finalmente descubrí algo que me dejó tranquilo con respecto al temor por mi futuro después de haber visto a tan hermosa mujer: no tenía corazón. Todavía estaba pensando en eso, confundido claro, cuando ella empezó a prepararse para bajar. No supe en el momento por qué inexplicable motivo me tomé el atrevimiento de preguntarle por su profesión, ahora sé que fue al asociar su falta de corazón con cuatro profesiones de las más comunes donde no abunda tal órgano; la política, la abogacía, la prostitución y la policial. Ella se dignó a echarme una mirada de hielo (por eso sus ojos eran celestes, ¡otro descubrimiento!), y me dijo: Soy abogada, y no dijo nada más; luego se dirigió hacia la puerta. ¡Cuánta razón tenía el profesor de filosofía! ¡De qué me salvé!

                                                                  Fin. 

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AGUDIZAR LOS SENTIDOS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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