LA MANO TRAMPOSA
A mi abuela le gustaba jugar al chinchón, yo siempre la miraba jugar con las amigas y veía cuando ella hacía trampa, porque le gustaba ganar sin importarle los medios, pero yo nunca le encontré ninguna gracia ganar así. Será por eso que el fútbol me gusta en tanto deporte, independiente de clubes y banderas; si se gana bien, "bien hecho muchachos" y si se gana mal, "a entrenar más, chicos, que ganaron de pedo", pero si se gana con trampa para mí no se ganó en buena ley y no le doy validez al triunfo.
Miraba por televisión a los hinchas indignados, que después de invadir el campo, estaban delante de la puerta del vestuario de los árbitros, portando caños que arrancaron de las tribunas y los garrotes que le sacaron a los policías del cordón de seguridad, ahora caídos y pisoteados como papel, arremetiendo contra la puerta. Imaginé a los árbitros, muertos de miedo, arrimando contra la puerta los armarios, las mesas y los bancos que habría dentro, sujetando con el cuerpo todo el conjunto y oyendo del lado de afuera los gritos enfurecidos, los golpes contra la puerta, las puteadas más difamatorios contra sus madres, la indignación general, la demencia y la irracionalidad.
El conflicto sobrevino por un penal inexistente a favor del equipo contrario, que el árbitro, ni consultando el VAR, dio por inválido. Luego que señaló el área se armó el lío y los jueces de líneas y el árbitro auxiliar corrieron a socorrer a su compañero; en ese momento empezaron a ser zamarreados por los integrantes de ambos equipos, para que se invalidara el penal por un lado y para que imponga la autoridad y se ejecutara el penal por el otro. Pero, seguramente, al ver la masa humana del equipo injusticiado arremeter como un huracán contra el alambrado perimetral, los árbitros se escabulleron esquivando como podían algunas trompadas y varios puntapiés y consiguieron refugiarse en el vestuario destinado a ellos.
Estamos hartos de que nos mientan en la cara, hijos de puta, se oyó gritar a uno del montón.
Eso mismo, manga de soretes, lo apoyó una voz sin rostro desde un lugar impreciso.
¡Basta de trampas!, coreó, al unísono, un grupete enardecido de cinco o seis, entre el mar de cuerpos anónimos.
Y parece que la frase cayó en el gusto de todos porque se pusieron a garganteárla a voz de cuello, mientras apaleaban con los caños y los garrotes y a patadas y trompadas la puerta de entrada. Por fin, llegaron los refuerzos de varios grupos policiales anti disturbio. Mientras seguía, espectante, el desenlace del conflicto con atención, juzgaba desde la razón el comportamiento contradictorio de los bárbaros, digo contradictorio no por el reclamo ante la injusta decisión del árbitro sino por la forma del reclamo, entiéndase, y también por lo de "¡basta de trampas!", porque salían de la boca de los que no dijeron ni "mu" cuando una mano tramposa llevó al equipo a cuartos de final en un ya lejano mundial. Entonces me pregunté, ¿cuándo la trampa corresponde a su acepción? Porque parece que cuando es en contra de uno se la llama trampa, pero cuando es contra el otro se llama viveza, y ahí festejamos sin meditar que ganar con trampas, como mi abuela, no tiene gracia, por lo menos visto desde la sensatez.
Fin.

LA MANO TRAMPOSA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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