LA EXCLUSIVA
Lo que tenía de superinteligente tenía de ultraperezoso, porque, "al final, de algo hay que vivir en esta vida, ¿no?", vivía diciéndose. Todos los día elegía un semáforo cualquiera, una mano en el bolsillo jugando con algo y la cámara de grabar del celular engatillada. Y de pronto, las luces se ponían locas y el accidente acontecía. Cuando los periodistas aparecían vendía la exclusiva al mejor postor. Y de eso vivía. Los periodistas, siempre los mismos, sospechaban algo pero se callaban, al final, una vez uno, otra vez otro, todos volvían al canal o a la redacción del diario con una primicia de primera mano. Mientras tanto él jugaba con el aparatito en el bolsillo del pantalón inventado por él mismo, que hacía que las luces de los semáforos se pusieran locas. ¿Y qué pasaba por su mente cuando alguien moría?, pensaba "al final, así como de algo hay que vivir en esta vida, también de algo hay que morir", sin remordimiento ni culpa.
Fin.
LA EXCLUSIVA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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