ANTIPATÍA

 El lagarto salió de su guarida y se arrastró unos metros donde el sol prometía calentarle la sangre en poco tiempo. No había pasado ni dos minutos, cuando de pronto una sombra descomunal interrumpió su lento metabolismo, pensó tratarse de una nube, pero no, no era una nube sino la gigante figura de un elefante que pasaba por allí y que el lagarto ya conocía de vista. 

   Uy, ya viene el pesado este, dijo entredientes. Pero el paquidermo, sin darle tiempo a ninguna reacción protectora, dejó caer su voluminosa masa corporal. El lagarto agrandó los ojos y pensó, antes de ser fatalmente aplastado: 

   Este elefante nunca me cayó bien. 

                                                                                  Fin.          

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